La segunda venida de Cristo es la bienaventurada esperanza de la iglesia, la gran culminación del evangelio. La venida del Salvador será literal, personal, visible y de alcance mundial. Cuando el Señor regrese, los justos muertos resucitarán y, junto con los justos que estén vivos, serán glorificados y llevados al cielo, pero los impíos morirán. El hecho de que la mayor parte de las profecías esté alcanzando su pleno cumplimiento, unido a las actuales condiciones del mundo, nos indica que la venida de Cristo está cerca. El momento cuando ocurrirá este acontecimiento no ha sido revelado y, por lo tanto, se nos exhorta a estar preparados en todo tiempo (Mat. 24; Mar. 13; Luc. 21; Juan 14:1-3; Hech. 1:9-11; 1 Cor. 15:51‑54; 1 Tes. 4:13-18; 5:1-6; 2 Tes. 1:7-10; 2:8; 2 Tim. 3:1-5; Tito 2:13; Heb. 9:28; Apoc. 1:7; 14:14-20; 19:11-21).
“MAMI –DIJO UNA NIÑITA AL ACOSTARSE–, extraño tanto a mi amigo Jesús. ¿Cuándo va a volver?”
Esa niña no se imaginaba que el deseo de su corazón expresaba el anhelo de la humanidad a través de todas las edades. Las palabras finales de la Biblia nos dan la promesa de un pronto regreso: “Ciertamente vengo en breve”. Y Juan el revelador, el compañero fiel de Jesús, añade: “Amén; sí ven, Señor Jesús” (Apoc. 22:20).
¡Ver a Jesús! ¡Unirnos para siempre con Aquel que nos ama más de lo que podemos imaginar! ¡Presenciar el fin de todos los sufrimientos terrenales! ¡Disfrutar de la eternidad con los seres queridos resucitados que ahora descansan! No es de extrañar que los amigos de Cristo hayan esperado ese día.
Aunque la Escritura deja en claro que Jesús vendrá por segunda vez, el día de su venida será una sorpresa abrumadora incluso para los santos, “porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis” (Mat. 24:44). A la “medianoche”de la historia del mundo, Dios manifestará su poder para liberar a su pueblo. La Escritura describe los sucesos: “Salió una gran voz del templo del cielo, del trono, diciendo: Hecho está”. Esta voz hace estremecer la tierra, causando “un terremoto tan grande, cual no lo hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra” (Apoc. 16:17, 18). Las montañas tiemblan, las rocas se derrumban, esparciéndose por dondequiera, y la tierra entera se sacude como las olas del océano. La superficie se abre “y las naciones cayeron […] Y toda isla huyó, y los montes no fueron hallados” (vers. 19, 20). “Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar” (Apoc. 6:14).
A pesar del caos que descenderá sobre el mundo físico, el pueblo de Dios no temerá al ver “la señal del Hijo del Hombre” (Mat. 24:30). Cuando descienda de las nubes de los cielos, todo ojo verá al Príncipe de vida. Viene, esta vez, no como Varón de dolores, sino como un conquistador victorioso a reclamar lo suyo. En lugar de la corona de espinas, llevará la corona de gloria, “y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores” (Apoc. 19:12, 16).
A su venida, una gran desesperación se apoderará de los que no aceptaron a Jesús como su Salvador y Señor, y rechazaron su Ley en sus corazones. A los que rechazaron su gracia, nada los hace darse más cuenta de su culpabilidad que la suplicante y paciente voz que les rogaba: “Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis?” (Eze. 33:11). “Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Apoc. 6:15-17).
Pero el gozo de los que, por mucho tiempo, lo han esperado es muy superior a la desesperación de los malos. La venida del Redentor lleva la historia del pueblo de Dios a su glorioso final; es el momento de su liberación. Inundados de emoción, le adoran diciendo: “He aquí, este es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará; este es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación” (Isa. 25:9).
Mientras Jesús se acerca, llama a los santos que duermen en sus tumbas y envía a sus ángeles para que junten a “sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro” (Mat. 24:31). Por todo el mundo los muertos justos oirán su voz y se levantarán de sus tumbas: ¡qué momento de gozo!
Luego los justos vivos son transformados “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos” (1 Cor. 15:52). Glorificados y habiendo recibido inmortalidad, son arrebatados junto con los santos resucitados en el aire para encontrarse con su Señor y morar con él para siempre (1 Tes. 4:16, 17).
La certeza del retorno de Jesús
Los apóstoles y la iglesia primitiva consideraban que el regreso de Jesús era “la bendita esperanza” (Tito 2:13; comparar con Heb. 9:28). Esperaban que todas las profecías y las promesas de las Escrituras se cumplirían para su segunda venida (ver 2 Ped. 3:13; comparar con Isa. 65:17), pues ésta constituye el blanco del peregrinaje cristiano. Todos los que aman a Jesús esperan con ansiedad el día cuando podrán verle cara a cara, juntamente con el Padre, el Espíritu Santo y los ángeles.
El testimonio de la Escritura. La certidumbre de la Segunda Venida está arraigada en la confiabilidad de la Escritura. Poco antes de su muerte, Jesús les dijo a sus discípulos que volvería a su Padre con el fin de preparar un lugar para ellos. Pero, prometió, “vendré otra vez” (Juan 14:3).
Tal como había sido predicha la primera venida de Cristo a este mundo, así también se predice su segunda venida a través de toda la Escritura. Aun antes del Diluvio, Dios le reveló a Enoc que lo que terminaría con el pecado sería la venida de Cristo en gloria. El patriarca profetizó: “He aquí vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Judas 14, 15).
Mil años antes de Cristo, el salmista se refirió a la segunda venida del Señor para reunir a su pueblo, diciendo: “Vendrá nuestro Dios, y no callará; fuego consumirá delante de él, y tempestad poderosa le rodeará. Convocará a los cielos de arriba, y a la tierra, para juzgar a su pueblo. Juntadme mis santos, los que hicieron conmigo pacto con sacrificio” (Sal. 50:3-5).
Los discípulos de Cristo se regocijaban en la promesa de su retorno. En medio de todas las dificultades con que se encontraban, la seguridad que producía esta promesa nunca dejó de renovar su valor y fortaleza. ¡Su Maestro volvería para llevarlos a la casa de su Padre!
La garantía que provee el primer advenimiento. El segundo advenimiento está íntimamente ligado con la primera venida de Cristo. Si Cristo no hubiera venido la primera vez y ganado una victoria decisiva sobre el pecado y Satanás (Col. 2:15), entonces no tendríamos razón para creer que finalmente volverá para terminar con el dominio satánico de este mundo, y restaurarlo a su perfección original. Pero, por cuanto tenemos la evidencia de que “se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado”, tenemos razón para creer que “aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (Heb. 9:26, 28).
El ministerio celestial de Cristo. La revelación de Cristo a Juan deja en claro que el Santuario celestial es el centro del plan de salvación (Apoc. 1:12, 13; 3:12; 4:1-5; 5:8; 7:15; 8:3; 11:1, 19; 14:15, 17; 15:5, 6, 8; 16:1, 17). Las profecías que indican que Jesús ha comenzado su ministerio final en beneficio de los pecadores confirman la seguridad de que pronto volverá para llevar a su pueblo al hogar celestial (ver el cap. 24 de esta obra). La confianza en que Cristo se halla activamente ocupado en obtener la consumación de la redención que ya cumplió en la cruz ha producido mucho ánimo a los cristianos que esperan su retorno.
La manera en que Cristo volverá
Cuando Cristo habló acerca de las señales que indicarían que su venida estaría cercana, también le advirtió a su pueblo para que no fuese engañado por pretensiones falsas. Los amonestó en cuanto a que, antes de la Segunda Venida, “se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos”. Dijo el Salvador: “Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis” (Mat. 24:23, 24). Con el fin de permitirles a los creyentes hacer distinción entre el acontecimiento genuino y las falsas manifestaciones, diversos pasajes bíblicos revelan detalles acerca de la manera en que Cristo volverá. Note lo siguiente.
Una venida personal y literal. Cuando Jesús ascendió en una nube, dos ángeles se dirigieron a los discípulos, quienes todavía estaban mirando hacia donde su Señor había ascendido: “Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá, como le habéis visto ir al cielo” (Hech. 1:11).
En otras palabras, declararon que el mismo Señor que acababa de dejarlos –un ser personal, de carne y hueso, no una entidad espiritual (Luc. 24:36‑43)– volvería a este mundo. Su segunda venida sería tan literal y personal como su ascensión.
Un retorno visible. La venida de Cristo no será una experiencia interior, invisible, sino un encuentro real con una Persona visible. Con el fin de no dejar lugar a dudas en cuanto a la realidad de su retorno, Jesús amonestó a sus discípulos a no dejarse engañar por noticias de alguna segunda venida secreta; con este fin, comparó su retorno al brillo del relámpago (Mat. 24:27).
La Sagrada Escritura establece claramente que tanto los justos como los malvados serán testigos simultáneos de su venida. Juan escribió: “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá” (Apoc. 1:7), y Cristo hizo notar la reacción de los malvados: “Entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mat. 24:30).
Un retorno audible. Además del cuadro de una percepción universal del retorno de Cristo, se encuentra el aserto bíblico de que su venida se hará evidente no solo por la vista, sino también por el sonido: “El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo” (1 Tes. 4:16). Una “gran voz de trompeta” (Mat. 24:31) acompaña a la reunión de su pueblo. Aquí no hay lugar para secretos.
Un retorno glorioso. Cuando Cristo vuelve, lo hace en calidad de conquistador, con poder y “en la gloria de su Padre con sus ángeles” (Mat. 16:27). Juan el revelador describe la gloria del retorno de Cristo en forma dramática. Presenta a Cristo cabalgando en un caballo blanco, a la cabeza de los ejércitos innumerables del cielo. El esplendor sobrenatural del Cristo glorificado es aparente (Apoc. 19:11-16).
Un retorno repentino, inesperado. Los creyentes cristianos que anhelan el retorno de Cristo y lo esperan se darán cuenta de su proximidad (1 Tes. 5:4-6). Pero, para los habitantes del mundo en general, Pablo escribió que “el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán” (1 Tes. 5:2, 3; ver también Mat. 24:43).
Algunos han llegado a la conclusión de que, por cuanto Pablo compara la venida de Cristo con la de un ladrón, eso indica que el Señor vendrá de manera secreta e invisible. Sin embargo, este punto de vista contradice el cuadro bíblico del retorno de Cristo en gloria y esplendor, a la vista de todos (Apoc. 1:7). Lo que Pablo destaca no es que la venida de Cristo será secreta, sino que, para los mundanos, será tan inesperada como la de un ladrón. No es Jesús, sino el día lo que viene como ladrón. Pablo no se refiere a la manera de la aparición, sino al momento de ella.
Cristo reitera esta idea, comparando su venida con la destrucción inesperada del mundo antediluviano por medio del diluvio universal. “Porque en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre” (Mat. 24:38, 39). A pesar de que Noé había predicado durante muchos años acerca de un diluvio venidero, el suceso tomó por sorpresa a la mayoría de la gente de entonces. Un grupo creyó la palabra de Noé y entró en el arca, por lo cual fueron salvos; el otro escogió permanecer fuera de ella, “hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos” (Mat. 24:39).
Un acontecimiento cataclísmico. A la manera del ejemplo que provee el Diluvio, el sueño de Nabucodonosor relativo a la imagen de metal describe la forma cataclísmica en que Cristo establecerá su Reino de gloria (ver el cap. 4 de esta obra). Nabucodonosor vio una gran imagen. “La cabeza de esta imagen era de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce; sus piernas, de hierro; sus pies en parte de hierro y en parte de barro cocido”. Entonces, “una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó. Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que hirió toda la tierra” (Dan. 2:32-35).
Por medio de este sueño, Dios le dio a Nabucodonosor una sinopsis de la historia del mundo. Entre sus días y el establecimiento del Reino eterno de Cristo (la piedra), cuatro grandes reinos o imperios, y luego un conglomerado de naciones débiles y fuertes, ocuparían consecutivamente el escenario del mundo.
Desde los días de Cristo, los intérpretes han identificado los imperios como Babilonia (605-539 a.C.), Medo-Persia (539-331 a.C.), Grecia (331‑168 a.C.) y Roma (168 a.C.-476 d.C.).1 Tal como lo especificaba la profecía, ningún otro imperio universal sucedió a Roma. Durante los siglos IV y V de nuestra era, se dividió en diversos reinos menores, los cuales se convirtieron más tarde en las naciones de la Europa actual. A través de los siglos, poderosos gobernantes –Carlomagno, Carlos V, Napoleón, el káiser Guillermo y Hitler– han procurado establecer otro imperio mundial. Todos fracasaron, tal como la profecía había dicho: “No se unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro” (Dan. 2:43).
Finalmente, el sueño enfoca la dramática culminación: el establecimiento del Reino eterno de Dios. La piedra cortada no por mano, representa el Reino de gloria de Cristo (Dan. 7:14; Apoc. 11:15), el cual será establecido sin esfuerzo humano en la Segunda Venida.
El Reino de Cristo no coexistirá con ningún imperio terrenal. Cuando él estuvo en el mundo durante el gobierno del Imperio Romano, el reino de la Roca que aplasta a todas las naciones no había venido aún. Llegaría después de la fase correspondiente a los pies de hierro y barro cocido, el período de las naciones divididas de Europa. Será establecido en ocasión de la Segunda Venida, cuando Cristo separe a los justos de los malvados (Mat. 25:31-34).
Cuando venga, esta piedra o reino herirá “a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido”; “desmenuzará y consumirá a todos estos reinos”, no dejando de ellos traza alguna (Dan. 2:34, 35, 44). En verdad, la Segunda Venida es un acontecimiento que sacudirá al mundo.
El segundo advenimiento y la raza humana
La segunda venida de Cristo afectará a las dos grandes divisiones de la humanidad: los que lo han aceptado junto con la salvación que trae, y los que lo han rechazado.
La reunión de los elegidos. Un importante aspecto del establecimiento del Reino eterno de Cristo es la reunión de todos los redimidos (Mat. 24:31; 25:32-34; Mar. 13:27) y su entrada en el hogar celestial que Cristo ha preparado (Juan 14:3).
Cuando un jefe de estado visita otro país, solo unas pocas personas pueden participar en la bienvenida. Pero, cuando Cristo venga, todo creyente que haya vivido jamás, no importa su edad, sexo, educación, nivel económico o raza, participará en la gloriosa celebración de su segunda venida. Dos acontecimientos hacen posible esta reunión universal: la resurrección de los justos muertos y la traslación de los santos vivientes.
1. La resurrección de los muertos en Cristo. Al son de la trompeta que anuncia el retorno de Cristo, los justos muertos serán levantados incorruptibles e inmortales (1 Cor. 15:52, 53). En ese momento, “los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tes. 4:16). En otras palabras, son resucitados antes de que los justos vivos sean arrebatados para estar con el Señor.
Los santos resucitados estallan en gozosa celebración de la victoria sobre la muerte que Cristo ha asegurado para todos aquellos que lo han aceptado como su Señor crucificado y Salvador resucitado. Ahora todos cantan gozosos: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh, sepulcro, tu victoria?” (1 Cor. 15:55).
Lo que surge de la resurrección no son los cuerpos enfermos, desgastados y mutilados que bajaron a la tumba, sino cuerpos nuevos, inmortales y perfectos, sin las marcas del pecado que causó su desintegración. Los santos resucitados experimentan el completamiento de la obra de restauración de Cristo, y reflejan la imagen perfecta de Dios en su mente, su alma y su cuerpo (1 Cor. 15:42-45; ver el cap. 26 de esta obra).
2. La traslación de los creyentes vivos. Cuando los justos muertos son resucitados, los justos que viven en el mundo en el momento de la Segunda Venida son transformados. “Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Cor. 15:53).
Cuando Cristo vuelva, ningún grupo de creyentes precederá a los demás. Pablo revela que los creyentes vivos y transformados serán “arrebatados juntamente con ellos [los creyentes resucitados] en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:17; ver también Heb. 11:39, 40). De modo que todos los creyentes estarán presentes en la gran reunión del Advenimiento, tanto los santos resucitados de todas las edades como los que estén vivos cuando Cristo vuelva.
“El mismo poder que levantó a Cristo de los muertos levantará a su iglesia y la glorificará con Cristo, como a su novia, por encima de todos los principados, por encima de todos los poderes, por encima de todo nombre que se nombra, no sólo en este mundo, sino también en los atrios celestiales, el mundo de arriba. La victoria de los santos que duermen será gloriosa en la mañana de la resurrección. Terminará el triunfo de Satanás, al paso que triunfará Cristo en gloria y honor. El Dador de la vida coronará con inmortalidad a todos los que salgan de la tumba”.2
La muerte de los incrédulos. Para los que son salvos, la segunda venida de Cristo es una ocasión de gozo y entusiasmo indescriptible, pero para los que se pierden será una escena devastadora de terror. Durante tanto tiempo resistieron el amor de Cristo y sus invitaciones a la salvación que se vieron envueltos en el engaño (ver 2 Tes. 2:9-12; Rom. 1:28-32). Cuando ven venir a Aquel que a quien rechazaron, el cual viene como Rey de reyes y Señor de señores, saben que ha llegado la hora de su destrucción. Sumidos en el terror y la desesperación, claman a la creación inanimada para que les ofrezca refugio (Apoc. 6:16, 17).
En esta ocasión, Dios destruye a Babilonia, la unión de todas las religiones apóstatas. “Será quemada con fuego” (Apoc. 18:8). Al jefe de esta confederación –el misterio de iniquidad, el hombre del pecado–, “el Señor matará con el Espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida” (2 Tes. 2:8). Los poderes responsables de la imposición de la marca de la bestia (ver el cap. 13 de esta obra) serán lanzados “vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre”. El resto de los malvados “fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo”, es decir, Jesucristo el Señor (Apoc. 19:20, 21).
Las señales del cercano regreso de Cristo
Las Escrituras no solo revelan la manera y el objetivo del regreso de Cristo; describen además las señales que demuestran la cercanía de este acontecimiento culminante. Las primeras señales que anunciaban la Segunda Venida se cumplieron más de 1.700 años después de la ascensión de Cristo, y otras les han seguido, contribuyendo a la evidencia de que su regreso está muy cercano.
Señales en el mundo natural. Cristo predijo que habría señales en el sol, en la luna y en las estrellas” (Luc. 21:25), especificando que “el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias que están en los cielos serán conmovidas. Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en las nubes con gran poder y gloria” (Mar. 13:24-26). Además, Juan vio que un gran terremoto precedería las señales en el cielo (Apoc. 6:12). Todas estas señales marcarían el fin de los 1.260 años de persecución (ver el cap. 13 de esta obra).
1. El testimonio de la tierra. En cumplimiento de esta profecía, “el terremoto mayor que se conozca”3 ocurrió el 1° de noviembre de 1755. Conocido como el terremoto de Lisboa, sus efectos fueron observados en Europa, África y América, abarcando un área de unos cuatro millones de millas cuadradas. (Una milla cuadrada equivale a 2,59 km.) Su destrucción estuvo centrada en Lisboa, la capital de Portugal, donde en unos pocos minutos arrasó con los edificios tanto públicos como residenciales, y causó decenas de millares de víctimas.4
Así como los efectos físicos del terremoto fueron poderosos, también su impacto sobre el pensamiento de la época fue igualmente significativo. Muchos que vivían entonces lo reconocieron como una señal profética del fin5 y comenzaron a prestar seria consideración al juicio de Dios y a los últimos días. El terremoto de Lisboa le dio ímpetu al estudio de la profecía.
2. El testimonio del sol y la luna. Veinticinco años más tarde, se presentó la siguiente señal mencionada en la profecía: El oscurecimiento del sol y la luna. Cristo había especificado la época en que se cumpliría esta señal, haciendo notar que debía seguir a la gran tribulación, los 1.260 años de persecución papal que la Escritura menciona en otro lugar (Mat. 24:29; ver el cap. 13 de esta obra). Pero, Cristo dijo que la tribulación que precedería a estas señales sería acortada (Mat. 24:21, 22). Gracias a la influencia de la Reforma y de los movimientos que surgieron de ella, la persecución papal fue en verdad acortada, de modo que, para mediados del siglo XVIII, había cesado casi completamente.
En cumplimiento de esta profecía, el 19 de mayo de 1780, descendió sobre la parte nororiental de América una oscuridad extraordinaria.6
Recordando este acontecimiento, Timothy Dwight, presidente de la Universidad de Yale, dijo: “El 19 de mayo de 1780 fue un día notable. En muchos hogares se encendieron velas; los pájaros quedaron en silencio y desaparecieron, y las aves se retiraron a sus gallineros […] Prevalecía la opinión generalizada de que el día del juicio estaba a las puertas”.7
Samuel Williams, de la Universidad de Harvard, informó que la oscuridad “se acercó desde el suroeste con las nubes, ‘entre las diez y las once de la mañana, y continuó hasta mediados de la noche siguiente’, variando en grado y duración en diferentes localidades. En ciertos lugares ‘la gente no podía ver lo suficiente como para leer al aire libre materiales comunes impresos’ ”.8 Según la opinión de Samuel Tenny, “la oscuridad del siguiente atardecer era probablemente tan profunda como jamás se haya observado desde que la Palabra del Altísimo hizo nacer la luz […] La oscuridad no podría haber sido más completa si cada cuerpo luminoso del universo hubiera estado envuelto en sombras impenetrables, o eliminado de la existencia”.9
Esa noche, la luna llena salió a las nueve, pero la oscuridad persistió hasta después de la medianoche. Cuando la luna se hizo visible, tenía la apariencia de sangre.
Juan el revelador había profetizado acerca de los extraordinarios acontecimientos de ese día. Escribió que, después del terremoto, “el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre” (Apoc. 6:12).
3. El testimonio de las estrellas. Tanto Cristo como Juan se habían referido a la caída de estrellas que indicaría que la venida de Cristo estaba cercana (Apoc. 6:13; ver también Mat. 24:29). La gran lluvia de meteoros del 13 de noviembre de 1833 –el más extenso despliegue de meteoritos que se haya registrado– cumplió esta profecía. Se ha calculado que era posible observar un promedio de unas 60.000 estrellas fugaces por hora.10 El fenómeno fue visto desde Canadá hasta México, y desde el Atlántico central hasta el Pacífico;11 muchos cristianos lo reconocieron como el cumplimiento de la profecía bíblica.12
Un testigo presencial afirmó que “apenas había un lugar del firmamento que no estuviese lleno a cada instante con esas estrellas fugaces, ni se podía percibir ninguna diferencia particular en apariencia; a veces se dejaban caer en grupos, haciéndole recordar a la mente ‘como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento’ ”.13
Cristo dio estas señales con el fin de que los cristianos se mantuviesen alerta ante la cercanía de su venida, para que se regocijaran en su expectativa y estuviesen plenamente preparados para ella. “Cuando estas cosas comiencen a suceder –dijo el Señor–, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca”. Y añadió: “Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya brotan, viéndolo, sabéis por vosotros mismos que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios” (Luc. 21:28-31).
El testimonio único en su género que ofrecieron la tierra, el sol, la luna y las estrellas, el cual fue presentado en el orden preciso y en la época que Cristo había predicho, dirigió la atención de muchos hacia las profecías relativas a la Segunda Venida.
Señales en el mundo religioso. La Biblia predice que numerosas y significativas señales que sucederán en el mundo religioso caracterizarán la época inmediatamente anterior al regreso de Cristo.
1. Un gran despertar religioso. El Apocalipsis revela el surgimiento de un gran movimiento religioso mundial antes de la segunda venida de Cristo. En la visión de Juan, un ángel que anuncia el regreso de Cristo simboliza este movimiento: “Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (Apoc. 14:6, 7).
En el mismo mensaje se indica el tiempo de su proclamación. El evangelio eterno ha sido predicado en todas las edades. Pero este mensaje, que hace énfasis en el aspecto del juicio que comprende el evangelio, solo puede ser proclamado en el tiempo del fin, ya que amonesta en cuanto a que “la hora de su juicio ha llegado”.
El libro de Daniel nos informa que, en el tiempo del fin, se le quitaría el sello a sus profecías (Dan. 12:4). Entonces, los seres humanos comprenderían sus misterios. Esto sucedió cuando el período de 1.260 años de dominio papal llegó a su fin con la cautividad del papa en 1798. La combinación del exilio del papa y las señales que se vieron en el mundo natural llevó a muchos cristianos a estudiar las profecías relativas a los acontecimientos que desembocarían en la Segunda Venida, lo cual produjo una comprensión más profunda de estas profecías.
Este énfasis en la segunda venida de Cristo produjo también un reavivamiento mundial de la esperanza del advenimiento. Tal como la Reforma surgió de forma independiente en diversos países del mundo cristiano, así sucedió con el movimiento adventista. La naturaleza mundial de este movimiento es una de las señales más claras de que el regreso de Cristo se acerca. Así como Juan el Bautista preparó el camino para el primer advenimiento de Cristo, de la misma manera el movimiento adventista está preparando el camino para su segunda venida, al proclamar el mensaje de Apocalipsis 14:6 al 12, el llamado final de Dios a prepararse para el glorioso retorno del Salvador (ver los caps. 13 y 24 de esta obra).14
2. La predicación del evangelio. Dios “ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia” (Hech. 17:31). Cuando Cristo nos advirtió acerca de ese día, no dijo que vendría cuando todo el mundo estuviese convertido, sino que “será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mat. 24:14). Por eso mismo, Pedro anima a los creyentes a que esperen y se apresuren “para la venida del día de Dios” (2 Ped. 3:12).
Las estadísticas relativas a la traducción y distribución de la Biblia en este siglo revelan el crecimiento del testimonio evangélico. En 1900, la Biblia estaba disponible en 537 idiomas. Para el año 2004, había sido traducida completamente, o en parte, a 2.377 idiomas y dialectos, los cuales representan más del 90% de la población mundial. En forma similar, la distribución anual de las Escrituras ha aumentado, desde 5,4 millones de Biblias en 1900, hasta 578 millones en 2005.15
Además, la cristiandad tiene hoy día a su disposición una variedad de recursos sin precedentes para usarlos en su misión: agencias de servicios, instituciones educativas y médicas, obreros nacionales y extranjeros, programas de radio y televisión, y una cantidad impresionante de medios financieros. Hoy, poderosas estaciones de radio de onda corta y satélite pueden transmitir el evangelio prácticamente a todo país del mundo. Si se los usa bajo la conducción del Espíritu Santo, estos recursos sin paralelo hacen que el blanco de evangelizar el mundo en nuestros días sea realista.
Considere la manera en que la Iglesia Adventista del Séptimo Día está plenamente involucrada en llevar el evangelio a todo el mundo, con el singular propósito de difundir las buenas nuevas del pronto regreso de Jesús. Cuando, como adventistas del séptimo día, tuvimos nuestra primera reunión de organización en 1863, nuestra membresía total era de 3.500 en 125 iglesias, todas en los Estados Unidos. En 2015, cuando la iglesia se reunió para su sexagésima sesión mundial, la iglesia reportó una membresía global de 19,1 millones en 216 de los 237 países y áreas del mundo reconocidos por las Naciones Unidas. En todo el mundo, teníamos 148.000 congregaciones, cada una en una misión activa para proclamar urgentemente la venida del Rey. Al creer que los ministerios médico y educativo desempeñan un papel esencial en el cumplimiento de la comisión evangélica, operamos cerca de 729 hospitales, hogares de ancianos, clínicas y dispensarios; 22 fábricas de alimentos saludables; 115 facultades y universidades; y 2.296 colegios secundarios y 5.332 escuelas primarias. Nuestras 62 editoriales producen literatura evangélica en aproximadamente 379 idiomas. Y nuestros 181 centros de medios de comunicación y estudios de producción transmiten el mensaje en 229 idiomas a aproximadamente tres cuartas partes del mundo.16
¡Cuánto ha hecho Dios! El Espíritu Santo ha bendecido abundantemente nuestra misión y nuestro impulso evangelizador. Todavía hay mucho por hacer; desafíos que parecen ser insuperables desde una perspectiva humana. Pero “con prontitud y perfección va a realizar el Señor su plan sobre la tierra” (Rom. 9:28, La Palabra [versión Hispanoamericana]).
3. Decadencia religiosa. La amplia proclamación del evangelio no significa necesariamente un crecimiento correspondientemente abundante en el cristianismo genuino. En vez de ello, la Biblia predice la disminución de la verdadera espiritualidad hacia el fin del tiempo. Pablo dijo que “en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella” (2 Tim. 3:1-5).
En cumplimiento de esta predicción, el amor al yo, a las cosas materiales y al mundo ha suplantado el Espíritu de Cristo en muchos corazones. Multitudes no permiten que los principios de Dios y sus leyes dirijan su vida; en sus corazones reina la iniquidad. “Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mat. 24:12).
4. Resurgimiento del papado. Según la profecía bíblica, al fin de los 1.260 años, el papado recibiría “una herida mortal”, pero no por ello moriría (ver el cap. 13 de esta obra). La Sagrada Escritura revela que esta herida mortal sanaría. El papado experimentaría una renovación asombrosa de su influencia y respeto: “Se maravilló toda la tierra en pos de la bestia” (Apoc. 13:3). Ya en nuestros días, multitudes consideran que el papa es el dirigente moral del mundo.
En amplio grado, la creciente influencia del papado ha ido surgiendo a medida que los cristianos han sustituido la autoridad de la Biblia por las tradiciones, los reglamentos humanos y la ciencia. Al hacer esto, se han vuelto vulnerables al “inicuo”, el cual obra “con gran poder y señales y prodigios mentirosos” (2 Tes. 2:9). Satanás y sus instrumentos establecerán una confederación maligna, simbolizada por la blasfema trinidad que componen el dragón, la bestia y el falso profeta, la cual engañará al mundo (Apoc. 16:13, 14; ver también 13:14). Únicamente los fieles cuya guía es la Biblia y que “guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc. 14:12) pueden resistir con éxito el engaño irresistible que provoca esta confederación.
5. Disminución de la libertad religiosa. El reavivamiento del papado afectará en forma dramática a la cristiandad. La libertad religiosa obtenida a gran costo, garantizada por la separación entre la Iglesia y el Estado, se verá erosionada y, finalmente, será abolida. Con el apoyo de poderosos gobiernos civiles, este poder apóstata procurará imponer por la fuerza sobre toda la humanidad su forma de adoración. Cada uno tendrá que elegir entre la lealtad a Dios y sus Mandamientos, o a la bestia y su imagen (Apoc. 14:6-12).
La opresión en procura de conformidad incluirá la coerción económica: “…y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre” (Apoc. 13:17). Con el tiempo, los que se nieguen a obedecer, tendrán que afrontar la pena de muerte (Apoc. 13:15). Durante este tiempo de angustia final, Dios intervendrá en favor de su pueblo y librará a todos aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (Dan. 12:1; ver también Apoc. 3:5; 20:15).
Aumento de la maldad. La decadencia espiritual dentro de la cristiandad y el reavivamiento del hombre de pecado han producido un descuido creciente de la Ley de Dios tanto en la iglesia como en la vida de los creyentes. Muchos han llegado a creer que Dios ha abolido la Ley y que los cristianos ya no están obligados a observarla. Esta falta de respeto por la Ley de Dios ha producido un marcado aumento en el crimen y en la conducta inmoral.
1. Aumento mundial del crimen. La falta de respeto por la Ley de Dios que se advierte en gran parte de la cristiandad ha contribuido al desprecio de la ley y el orden por parte de la sociedad moderna. Por todo el mundo, el crimen aumenta con rapidez más allá del punto en que es posible controlarlo. Un informe enviado por corresponsales de diversas capitales del mundo decía: “Tal como sucede en los Estados Unidos, en casi cada país alrededor del mundo el crimen continúa aumentando”. “Desde Londres hasta Moscú y Johannesburgo, el crimen se está convirtiendo rápidamente en una grave amenaza que está cambiando la manera en que muchas personas viven.17
2. La revolución sexual. La falta de respeto por la Ley de Dios ha contribuido a quebrantar las restricciones de la modestia y la pureza, lo cual ha resultado en una inundación de inmoralidad. En nuestros días se idolatra y se promueve el sexo por medio de películas, televisión, videos, canciones, revistas y avisos.
La revolución sexual ha dado como resultado el aumento alarmante de los casos de divorcio, de aberraciones como los llamados “matrimonios abiertos” o el intercambio de cónyuges, del abuso sexual de niños, de multitud de hijos ilegítimos, de una cantidad pasmosa de abortos, de consumo de pornografía, de la amplia difusión de la homosexualidad y el lesbianismo, y de una epidemia de enfermedades venéreas y de sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida)
Guerras y calamidades. Jesús dijo que, antes de su regreso, “se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias, y habrá terror y grandes señales del cielo” (Luc. 21:10, 11; ver también Mar. 13:7, 8; Mat. 24:7). A medida que se acerca el fin, y el conflicto se intensifica entre las fuerzas divinas y satánicas, estas calamidades también se intensificarán en severidad y en consecuencias, y se verán cumplidas en nuestros días de manera sin precedentes.
1. Guerras. Si bien es cierto que las guerras han plagado a la humanidad a través de su historia, nunca antes habían sido tan globales y destructivas. La primera y la segunda guerra mundial causaron más víctimas y sufrimientos que todas las guerras anteriores combinadas.18
Muchos ven la posibilidad de otro conflicto mundial. La Segunda Guerra Mundial no terminó con las guerras. Desde su fin, se han desarrollado más de 140 conflictos con armas convencionales, en los cuales han muerto hasta diez millones de personas”.19
2. Desastres naturales. En los últimos años, los desastres parecen haber aumentado en forma significativa. Las recientes convulsiones de la tierra y el clima, que se suceden una tras otra, han hecho que muchos se pregunten si la naturaleza se habrá descontrolado, y si el mundo no estará experimentando profundos cambios en clima y estructura, los cuales se intensificarán en el futuro.20
3. Hambres. En el pasado, muchas veces han ocurrido hambrunas, pero no en la escala con que se han visto en los últimos cien años. Nunca antes se había visto en el mundo el espectáculo de millones de individuos sufriendo ya sea de inanición o de desnutrición.21 Las perspectivas para el futuro no son mucho mejores. La extensión sin precedentes que la inanición alcanza en nuestros días señala con claridad que el retorno de Cristo es inminente.
Estemos listos en todo tiempo
La Biblia asegura repetidas veces que Cristo volverá. Pero ¿lo hará de aquí a un año?, ¿cinco años?, ¿diez?, ¿veinte? Nadie lo sabe con seguridad. El mismo Jesús declaró: “Del día ni la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre” (Mat. 24:36).
Hacia el fin de su ministerio terrenal, Cristo pronunció la parábola de las diez vírgenes, con el fin de ilustrar la experiencia de la iglesia de los últimos días. Las dos clases de vírgenes representan las dos clases de creyentes que profesan estar esperando a su Señor. Se les da el nombre de “vírgenes” porque profesan una fe pura. Sus lámparas representan la Palabra de Dios, y el aceite simboliza al Espíritu Santo.
Superficialmente, parece que estos dos grupos fueran semejantes; ambos salen al encuentro del Esposo; ambos tienen aceite en sus lámparas, y su comportamiento no parece ser distinto uno de otro. Todos han oído el mensaje de la pronta venida de Cristo, y lo esperan. Luego, viene una aparente demora; su fe debe ser probada.
De pronto, a la medianoche, en la hora más tenebrosa de la historia del mundo, escuchan el grito: “¡Aquí viene el Esposo; salid a recibirle!” (Mat. 25:6). Ahora se hace evidente la diferencia entre los dos grupos: quienes que componen uno de ellos no están listos para encontrarse con el Esposo. Estas vírgenes “necias” no son hipócritas; respetan la verdad, la Palabra de Dios, pero les falta el aceite: no han sido selladas por el Espíritu Santo (ver Apoc. 7:1-3). Se han contentado con una obra superficial y no han caído sobre Jesucristo, la Roca. Poseen una forma de piedad, pero se hallan desprovistas del poder de Dios.
Cuando viene el Esposo, únicamente quienes están listos entran con él a la celebración de la fiesta de bodas, y la puerta se cierra. Finalmente, las vírgenes necias, que habían ido a comprar más aceite, vuelven y llaman: “¡Señor, Señor, ábrenos!” Sin embargo, el Esposo responde: “No os conozco” (Mat. 25:11, 12).
¡Cuán triste es que, cuando Cristo vuelva a este mundo, tenga que pronunciar estas palabras ante personas que él ama! Pero, ya lo había advertido: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mat. 7:22, 23).
Antes del Diluvio, Dios envió a Noé para amonestar a la generación antediluviana acerca de la destrucción venidera. En forma similar, Dios envía hoy un mensaje triple de amonestación con el fin de preparar al mundo para el regreso de Cristo (ver Apoc. 14:6-16).
Todos los que acepten el mensaje de misericordia de Dios se regocijarán ante la cercanía de la Segunda Venida. Para ellos es la promesa: “Bienaventurados los que son llamados a la cena del Cordero” (Apoc. 19:9). Ciertamente, “aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (Heb. 9:28).
Con el regreso del Redentor, la historia del pueblo de Dios llega a su gloriosa culminación. Es el momento de su liberación, y con gozo y adoración exclaman: “He aquí, este es nuestro Dios, le hemos esperado […] nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación” (Isa. 25:9).
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Referencias
1. Froom, The Prophetic Faith of Our Fathers, t. 1, pp. 456, 894; t. 2, pp. 528, 784; t. 3, pp. 252, 744; t. 4, pp. 396, 846. Ver también el capítulo 24 de esta obra.
2. White, Mensajes selectos, t. 1, p. 371.
3. G. I. Eiby, Earthquakes [Terremotos] (Nueva York: Van Nostrand Reinholdt Co., 1980), p. 164.
4. Ver, por ejemplo, Sir Charles Lyell, Principles of Geology [Principios de geología] (Philadelphia, PA: James Kay, Jun. & Brother, 1837), t. 1, pp. 416-419; “Lisbon” [Lisboa] Encyclopedia Americana, Francis Lieber, ed. (Philadelphia, PA: Carey and Lea, 1831), p. 10; W. H. Hobbs, Earthquakes [Terremotos] (New York: D. Appleton and Co., 1907), p. 143; Thomas Hunter, An Historical Account of Earthquakes Extracted from the Most Authentic Historians [Recuento histórico de los terremotos, extraído de los historiadores más auténticos] (Liverpool: R. Williamson, 1756), pp. 54-90; ver también White, El conflicto de los siglos, pp. 349, 350. Los primeros informes mencionaban 100.000 muertos. Las enciclopedias modernas hablan de unos 60.000.
5. Ver John Biddolf, A Poem on the Earthquake at Lisbon [Poema sobre el terremoto de Lisboa] (Londres: W. Owen, 1755), p. 9, citado en Source Book, p. 358; Froom, The Prophetic Faith of Our Fathers, t. 2, pp. 674-677. El 6 de febrero de 1776, la Iglesia Anglicana proclamó un día de ayuno y humillación en memoria de este terremoto (ibíd.). Ver también T. D. Kendrick, The Lisbon Earthquake [El terremoto de Lisboa] (Londres: Methuen & Co. Ltd., 1955), pp. 72-164.
6. Ver White, El conflicto de los siglos, pp. 351-353.
7. Timothy Dwight, citado en Connecticut Historical Collections [Colecciones históricas de Connecticut], compilación de John W. Barber, 2a ed. (New Haven, CT: Durrie & Peck y J. W. Barber, 1836), p. 403; citado en Source Book, p. 316.
8. Samuel Williams, “An Account of a Very Uncommon Darkness in the State of New England, May 19, 1780” [Relato de una oscuridad muy poco común del Estado de Nueva Inglaterra, 19 de mayo de 1780], Memoirs of the American Academy of Arts and Sciences: to the End of the Year 1783 [Memorias de la Academia Estadounidense de Ciencias y Artes: hasta fines del año 1783], (Boston, Massachussetts: Adams and Nourse, 1785), t. 1, pp. 234, 235. Ver Source Book, p. 315.
9. Carta de Samuel Tenny, Exeter [NH], diciembre de 1785, en Collections of the Massachusetts Historical Society for the Year 1792 [Colecciones de la Sociedad Histórica de Massachusetts del año 1792], (Boston, MA: Belknap and Hall, 1792), t. 1, p. 97.
10. Peter M. Millman, “The Falling of the Stars” [La caída de las estrellas], The Telescope, Nº 7, mayo-junio de 1940, p. 60. Ver también Froom, The Prophetic Faith of Our Fathers, t. 4, p. 295.
11. Denison Olmsted, Letters on Astronomy [Cartas sobre astronomía] ed. de 1840, pp. 348, 349, Source Book, pp. 410, 411.
12. Froom, The Prophetic Faith of Our Fathers, t. 4, pp. 297-300; ver White, El conflicto de los siglos, pp. 380-382.
13. Observación de estos fenómenos hecha en Bowling Green, Missouri. Informe aparecido en el Salt River Journal, 20 de noviembre de 1780, según aparece citado en American Journal of Science and Arts, Benjamin Silliman, ed., Nº 25 (1834), p. 382.
14. Ver Froom, The Prophetic Faith of Our Fathers, t. 4; Damsteegt, Foundations of the Seventh-day Adventist Message and Mission.
15. Datos tomados de la página web de Sociedades Bíblicas Unidas, y válidos para 2004 y 2002 respectivamente. Ver también David B. Barrett, ed., World Christian Encyclopedia. A Comparative Study of Churches and Religions in the Modern World A. D. 1900‑2000 (Oxford: Oxford University Press, 1982), p. 13.
16. Para más información acerca de la Iglesia Adventista y su misión mundial, consulte el último informe anual estadístico de la Oficina de Archivos, Estadísticas e Investigación de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, Silver Spring, MD, Estados Unidos.
17. “Abroad, Too, Fear Grips the Cities” [También fuera de nuestro país el temor asalta las ciudades], U.S. News & World Report, 23 de febrero de 1981, p. 65.
18. David Singer y Melvin Small, The Wages of War: 1816-1965. A Statistical Handbook [La paga de la guerra: 1816-1965. Manual de estadísticas] (Nueva York: John Wiley & Sons, 1972), pp. 66, 67.
19. Afirmación hecha por Margaret Thatcher, según lo citado por Ernest W. Lefever y E. Stephen Hung, The Apocalypse Premise [La premisa del Apocalipsis] (Washington, D.C.: Ethics and Public Policy Center, 1982), p. 394.
20. Ver Paul Recer, “Is Mother Nature Going Berserk?” [¿Se ha vuelto loca la madre naturaleza?], U. S. News & World Report, 22 de febrero de 1982, p. 66.
21. Un suplemento especial de la publicación Development Forum [Foro de desarrollo] de las Naciones Unidas, titulado “Facts on Food” [Hechos acerca de alimentación] (noviembre de 1974), asevera que “la mitad de la población mundial sufre de malnutrición”, citado en Ronald J. Sider, Rich Christians in an Age of Hunger [Cristianos ricos en una era de hambre] (Nueva York: Paulist Press, 1977), No 4, p. 228. Ver también la p. 16.