La doctrina de Dios

El milenio y el fin del pecado

Explicación

El milenio es el reino de mil años de Cristo con sus santos en el cielo, que se extiende entre la primera y la segunda resurrección. Durante ese tiempo, serán juzgados los impíos; la Tierra estará completamente desolada, sin habitantes humanos con vida, pero sí ocupada por Satanás y sus ángeles. Al terminar ese período, Cristo y sus santos, y la Santa Ciudad, descenderán del cielo a la Tierra. Los impíos muertos resucitarán entonces y, junto con Satanás y sus ángeles, rodearán la ciudad; pero el fuego de Dios los consumirá y purificará la Tierra. De ese modo, el universo será librado del pecado y de los pecadores para siempre (Jer. 4:23-26; Eze. 28:18, 19; Mal. 4:1; 1 Cor. 6:2, 3; Apoc. 20; 21:1-5).

A TRAVÉS DE TODA LA HISTORIA HA HABIDO quienes han refinado con elocuencia los horrores del infierno, atemorizando a la gente para persuadirlos a adorar a Dios. Pero ¿qué clase de dios es el que presentan? ¿Cómo destruirá finalmente Dios el mal? ¿Qué le sucederá a Satanás? ¿Qué impedirá que el pecado levante su horrible cabeza una vez más? ¿Cómo puede un Dios justo ser también amoroso? La doctrina bíblica del milenio y el fin del pecado, como se señala particularmente en el libro de Apocalipsis, nos proporciona una respuesta confiable
Acontecimientos al comienzo del milenio
Durante el milenio, el período de mil años al cual se refiere el capítulo 20 de Apocalipsis, la influencia de Satanás sobre la tierra será restringida, y Cristo reinará con sus santos (Apoc. 20:1-4).
El segundo advenimiento. Los capítulos 19 y 20 de Apocalipsis van unidos; no hay interrupción entre ellos. Describen la venida de Cristo (Apoc. 19:11-21) e inmediatamente continúan con el milenio; esta secuencia indica que el milenio comienza cuando Cristo vuelve.
El Apocalipsis representa los tres poderes que unen a las naciones del mundo en oposición a la obra de Cristo y a su pueblo, inmediatamente antes de la Segunda Venida, bajo los símbolos del dragón, la bestia y el falso profeta (Apoc. 16:13). Cuando la bestia, los reyes de la tierra y sus ejércitos se reúnan para hacer guerra contra Cristo en el tiempo de su segunda venida, la bestia y el falso profeta serán destruidos (Apoc. 19:19, 20). Lo que sigue en Apocalipsis 20, el capítulo del milenio, tiene que ver con la suerte del tercer miembro del trío satánico: el dragón. Este será tomado cautivo y lanzado al abismo donde permanecerá durante mil años.1
Como vimos en el capítulo 25 de este libro, es en ocasión de la segunda venida de Cristo, cuando los reinos de este mundo serán destruidos, que Dios establecerá su Reino de gloria, un reino que durará para siempre (Dan. 2:44). Es entonces que su pueblo comenzará su Reino.

Bosquejo de la cronología del Milenio


La primera resurrección. En ocasión de la Segunda Venida, se lleva a cabo la primera resurrección. Los justos, los “benditos y santos”, son levantados porque “la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años” (Apoc. 20:6; ver el cap. 26 de esta obra).

Los justos van al cielo. Después de la resurrección de los muertos justos, ellos y los santos vivos serán arrebatados “para recibir al Señor en el aire” (1 Tes. 4:17). Entonces, Cristo cumplirá la promesa que hizo antes de salir del mundo: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2, 3). Jesús describió el lugar al cual llevaría a sus seguidores como “la casa de mi Padre”, donde hay “muchas moradas” (Juan 14:2). Jesús se refiere aquí a la Nueva Jerusalén, que no descenderá a esta tierra sino al fin del milenio (Apoc. 21:2). Entonces, en su segundo advenimiento, cuando los justos reciban “al Señor en el aire”, su destino es el cielo y no la tierra que acaban de dejar.2 Cristo no establecerá su Reino de gloria en la tierra en esta ocasión. Lo hará al final del milenio.

Los enemigos de Cristo son ejecutados. Cristo comparó su regreso con lo que sucedió en ocasión del diluvio, y la destrucción de Sodoma y Gomorra (Mat. 24:37-39; Luc. 17:28-30). Su comparación señala dos puntos: primero, que la destrucción que vino tomó de sorpresa a los malos; y segundo, que lo que vino fue destrucción: el Diluvio “se los llevó a todos” (Mat. 24:39). El fuego y azufre que llovió sobre Sodoma “los destruyó a todos” (Luc. 17:29; ver también Mat. 13:38-40). En su segunda venida, Cristo descenderá del cielo cabalgando en un caballo blanco con sus ejércitos; su nombre es “Rey de reyes y Señor de señores” y sorprenderá a las naciones rebeldes del mundo. Después, la bestia y el falso profeta serán destruidos, y “los demás” seguidores de Satanás morirán y no habrá sobrevivientes, porque “fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos” (Apoc. 19:21).3
Al describir esta escena, la Escritura ha dicho: “Porque he aquí que Jeho­vá sale de su lugar para castigar al morador de la tierra por su maldad contra él; y la tierra descubrirá la sangre derramada sobre ella, y no encubrirá ya más a sus muertos” (Isa. 26:21).

La tierra queda desolada. Por cuanto los justos ascienden para estar con el Señor y los malos son destruidos en el momento de su venida, la tierra queda deshabitada. La Escritura describe esta situación por medio del profe­ta Jeremías, que dijo: “Miré a la tierra, y he aquí que estaba asolada y vacía; y a los cielos, y no había en ellos luz. Miré a los montes, y he aquí que temblaban, y todos los collados fueron destruidos. Miré, y no había hombre, y todas las aves del cielo se habían ido” (Jer. 4:23-25). El uso que hace Jeremías de la terminología de Génesis 1:2, “desordenada y vacía”, indica que la Tierra quedará tan caótica como estaba al principio de la creación.

Satanás es atado. Los sucesos que ocurrirán en esa época fueron ­vislumbrados en el rito del chivo emisario del Día de la Expiación en el servicio del Santuario de Israel. En el Día de la Expiación, el sumo sacerdote purificaba el Santuario con la sangre expiatoria del macho cabrío del Señor. Solo después de completar esta expiación comenzaba el rito que incluía a Azazel, el macho cabrío que simbolizaba a Satanás (ver el cap. 24 de esta obra). Colocando sus manos sobre su cabeza, el sumo sacerdote confesaba “sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío” (Lev. 16:21). Luego, el macho cabrío era enviado al desierto, “a tierra inhabitada” (Lev. 16:22).
En forma similar Cristo, en el Santuario celestial, ha estado ministrando los beneficios de su expiación completada para su pueblo; a su regreso, lo redimirá y le dará vida eterna. Cuando haya completado esta obra de redención y la purificación del Santuario celestial, colocará los pecados de su pueblo sobre Satanás, el originador e instigador del pecado. En ninguna forma se puede decir que Satanás expía los pecados de los creyentes: Cristo ya lo ha hecho completamente en la cruz. Pero Satanás debe llevar la responsabilidad de todo el pecado que ha causado a los que son salvados. Y así como el macho cabrío era enviado a la tierra deshabitada, Dios desterrará a Satanás a la tierra desolada y vacía (ver el cap. 24 de esta obra).4
La visión del milenio que tuvo Juan presenta en forma viva la desaparición de Satanás. Él vio que, al principio de los mil años, el “dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás”, era encadenado y confinado al abismo (Apoc. 20:2, 3). Esto indica, simbólicamente, el fin temporal de las actividades de persecución y engaño de Satanás: “para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años” (Apoc. 20:3).
El término “abismo” que Juan usa (en griego abussos) describe en forma apropiada la condición de la tierra durante esta época.5 Afligida por las siete plagas que preceden a la segunda venida de Cristo (ver en forma particular Apoc. 16:18-21) y cubierta con los cuerpos de los malvados, la Tierra es una escena de terrible asolación.
Confinado a esta tierra, Satanás es “atado” por una cadena de circunstancias. Por cuanto la tierra está vacía de todo ser humano, Satanás no tendrá a nadie para tentar o perseguir. Estará atado en el sentido que no tendrá nada que hacer.
Acontecimientos durante el milenio
Cristo con los redimidos en el cielo. En su segunda venida, Cristo lleva a sus seguidores al cielo para que moren en los lugares que él ha preparado para ellos en la Nueva Jerusalén. Como Moisés y los israelitas, los redimidos, llenos de gratitud, cantarán un himno de liberación, “el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos” (Apoc. 15:3).

Los santos reinarán con Cristo. Es durante el milenio que Cristo cumple su promesa de dar a los vencedores “autoridad sobre las naciones” (Apoc. 2:26). Daniel vio eso después de la destrucción de los enemigos de Cristo “y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo” (Dan. 7:27). Los que Cristo despierte en la primera resurrección reinarán con él durante mil años (Apoc. 20:4).
Pero ¿en qué sentido pueden los santos reinar si están en el cielo y todos los malos están ya muertos? Su reinado consistirá de la participación en una fase importante del gobierno de Cristo.6

Se juzga a los malvados. Juan vio que durante el milenio los santos tomarían parte del juicio; vio “tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar” (Apoc. 20:4). Este es el tiempo del juicio de Satanás y sus ángeles que la Escritura menciona (2 Ped. 2:4; Jud. 6). Es el tiempo que se cumplirá la declaración de Pablo según la cual los santos juzgarán al mundo y hasta a los ángeles (1 Cor. 6:2, 3).7
El juicio del milenio no decide quién se salvará o se perderá. Dios toma esa decisión antes de la segunda venida de Cristo; todos los que no fueron resucitados ni trasladados están perdidos para siempre. El juicio en el cual los justos participan sirve el propósito de contestar cualquier pregunta que los ellos tengan en cuanto a la razón por la cual los malos están perdidos. Dios desea que los que han recibido vida eterna confíen en su dirección, de modo que les revelará las operaciones de su misericordia y su justicia.
Imagínese usted, amigo lector, que al llegar al cielo no encuentre a alguno de sus amados, quien usted estaba seguro que se salvaría. Un caso tal pondría en duda la justicia de Dios, y esa clase de duda es la base misma del pecado. A fin de que descansemos para siempre de tales dudas y estemos seguros de que el pecado jamás volverá a surgir, Dios proveerá las respuestas a estas preguntas durante la fase de revisión del juicio, durante el milenio.
En esta obra, los redimidos cumplirán un papel crucial en la gran controversia entre el bien y el mal. “Confirmarán para su satisfacción eterna cuán fervorosa y pacientemente Dios se preocupó de los pecadores perdidos. Percibirán cuán deliberada y tercamente los pecadores ignoraron y despreciaron su amor. Descubrirán que hasta los que parecían ser justos acariciaron secretamente el horrible egoísmo en vez de aceptar el sistema de valores revelado por su Señor y Salvador”.8

Tiempo de reflexión para Satanás. Durante el milenio, Satanás sufrirá en forma intensa. Confinado, con sus ángeles, a este mundo desolado, no podrá realizar los engaños que constantemente ocupaban su tiempo. Será forzado a ver los resultados de su rebelión contra Dios y su Ley. Tendrá que contemplar la parte que le ha cabido en la controversia entre el bien y el mal. Solo podrá mirar hacia el futuro con temor por el terrible castigo que debe sufrir por todo el mal que causó.
Acontecimientos al fin del milenio
Al fin de los mil años, “los otros muertos”, los malvados, resucitarán y se soltará a Satanás de la inactividad que lo aprisionaba (Apoc. 20:5, 7). Engañando de nuevo a los malos, los dirige contra “el campamento de los santos y la ciudad amada [la Nueva Jerusalén]” (Apoc. 20:9) que, para este tiempo, habrá descendido del cielo con Cristo.9

Descienden Cristo, los santos y la ciudad. Cristo desciende a la Tierra otra vez, con los santos y la Nueva Jerusalén, para cumplir dos propósitos: terminar la gran controversia al ejecutar las decisiones del juicio del milenio, y purificar y renovar la Tierra para poder establecerse en su Reino eterno. Luego, en el sentido más cabal, “Jeho­vá será Rey sobre toda la tierra” (Zac. 14:9).
La resurrección de condenación. Ahora ha llegado el momento en que  se completará el cumplimiento de la promesa de Cristo de que “todos los que están en los sepulcros oirán su voz” (Juan 5:28). Durante su segunda venida, Cristo levantará a los muertos justos de sus sepulcros en su primera resurrección, “la resurrección de vida”. Ahora, sucede la otra resurrección de la cual Jesús habló: “la resurrección de condenación” (Juan 5:29). En Apocalipsis también se hace mención de esta resurrección: “Los otros muertos [los que no se levantaron en la primera resurrección] no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años” (Apoc. 20:5).

Termina la cautividad de Satanás. La resurrección de los malos al fin de los mil años libera a Satanás de su cautiverio “por un poco de tiempo” (Apoc. 20:3). En su último intento de desafiar la autoridad de Dios, “saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra” (Apoc. 20:8). Por cuanto los malos resucitarán con el mismo espíritu rebelde que poseían cuando murieron, su obra no será difícil.

El ataque a la ciudad. En su último engaño, Satanás procura inspirar a los malos con la esperanza de capturar el Reino de Dios por la fuerza. Congregando a las naciones del mundo, las guiará a atacar a la amada ciudad (Apoc. 20:8, 9).10 “Los malvados que, con rebeldía, rechazaron la entrada a la Ciudad de Dios mediante los méritos del sacrificio expiatorio de Cristo se propondrán ahora ganar la entrada y el control mediante el sitio y la pelea”.11
El hecho de que los malos, tan pronto como Dios les da vida otra vez, se vuelvan contra él e intenten derribar su trono confirma la decisión que él ha hecho acerca de su destino. En esta forma, su nombre y su carácter, que Satanás procuró difamar, serán vindicados completamente ante el universo.12

El gran juicio del trono blanco. Juan indica que, cuando los enemigos de Dios hayan rodeado la ciudad y estén listos para atacarla, Dios establecerá su gran trono blanco. Mientras toda la raza humana rodea el trono –­algunos seguros dentro de la ciudad, otros afuera, aterrorizados ante la presencia del Juez–, Dios implementará la última fase del juicio. De esto fue que Jesús habló cuando dijo: “Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a ­Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos” (Luc. 13:28).
Para poder llevar a cabo esta fase ejecutiva del juicio, los libros de registro de Dios serán abiertos. “Y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Apoc. 20:12). Entonces, Dios pronunciará la sentencia de los condenados.
¿Por qué resucitó Dios a esta gente solo para terminar su existencia de nuevo? Durante el milenio, los redimidos tendrán la oportunidad de examinar la justicia del tratamiento de Dios hacia cada ser inteligente del universo. Ahora los mismos perdidos –incluyendo a Satanás y a sus ángeles– ­confirmarán la justicia de los caminos de Dios.
Este es el gran juicio del trono blanco que Pablo menciona: “Porque todos compadeceremos ante el tribunal de Cristo” (Rom. 14:10). Allí todas las criaturas –justos e injustos, salvados y perdidos– doblarán la rodilla y confesarán que Jesucristo es Señor (Fil. 2:10, 11; comparar con Isa. 45:22, 23). Entonces, el interrogante de la justicia de Dios se habrá resuelto para siempre. Los que reciben vida eterna confiarán en él sin reservas. Nunca más el pecado afectará el universo o acosará a sus habitantes.

Satanás y los pecadores serán destruidos. Inmediatamente después de ser sentenciados, Satanás, sus ángeles y sus seguidores humanos recibirán su castigo. Tendrán que morir eternamente. “Y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió” (Apoc. 20:9). La misma superficie de la Tierra fuera de la ciudad parece derretirse y convertirse en un vasto lago de fuego para “la perdición de los hombres impíos” (2 Ped. 3:7). El “día de venganza de Jeho­vá” (Isa. 34:8), en el cual realizará “su extraña operación” (Isa. 28:21) de destruir a sus enemigos, ha llegado. Juan dijo: “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apoc. 20:15). El diablo y sus asociados sufrirán su destino (Apoc. 20:10).
El contexto de toda la Biblia deja en claro que esta “segunda muerte” (Apoc. 21:8) que los malos sufren significa su destrucción total. ¿Qué entonces del concepto de un infierno eterno? Un estudio cuidadoso muestra que la Biblia no enseña que exista tal infierno o tormento que arda en llamas por la eternidad.

1. El infierno. Bíblicamente, el infierno es “el lugar y el estado de castigo y destrucción, con fuego eterno en la segunda muerte, para los que rechazan a Dios y la salvación en Jesucristo”.13

Algunas versiones de la Biblia con frecuencia usan la palabra “infierno” para traducir la palabra hebrea seol y la griega hades. Estos términos, generalmente se refieren a la tumba donde los muertos –tanto justos como ­malos– esperan la resurrección en un estado de inconsciencia (ver el cap. 26 de esta obra). Porque el concepto actual de infierno difiere en gran manera de lo que estos términos hebreos y griegos implican, una cantidad de versiones modernas evitan la palabra “infierno”, y simplemente transliteran la palabra hebrea como “Seol”, y la griega como “Hades”.
En contraste, el término griego geenna, que algunas versiones del Nuevo Testamento también traducen con la palabra “infierno” no siempre tiene el mismo significado; y al no hacer esta distinción, con frecuencia crea una gran confusión.
Geena se deriva del hebreo Ge Hinnom, “Valle de Hinom”: una quebrada en el lado sur de Jerusalén. Aquí Israel había perpetrado el rito pagano de quemar niños a Moloc (2 Crón. 28:3; 33:1, 6; 2 Reyes 23:10). Jeremías predijo que, por causa de este pecado, el Señor haría de este lugar el “Valle de la Matanza”, donde los cuerpos de los israelitas serían enterrados hasta que no hubiera lugar para ellos. Los cuerpos restantes serían “comida de las aves del cielo” (Jer. 7:32, 33; 19:6; Isa. 30:33). La profecía de Jeremías sin duda condujo a Israel a considerar Ge Hinnom como un lugar de juicio para los malos, un lugar de aborrecimiento, castigo y vergüenza.14 Más tarde, la tradición rabínica lo designaba como un lugar para quemar animales muertos y basura.
Jesús usó los fuegos de Hinom como representación del fuego del infierno (ver Mat. 5:22; 18:9). De modo que los fuegos de Hinom simbolizaban el fuego consumidor del último juicio. Él declaró que era una experiencia que iba más allá de la muerte (Luc. 12:5), y que el infierno destruiría tanto el cuerpo como el alma (Mat. 10:28).
¿Cuál es la naturaleza del fuego del infierno? ¿Arderán para siempre los malvados en el infierno?

2. El destino de los malvados. Según las Escrituras, Dios promete vida eterna a los justos. La paga del pecado es muerte, no una vida eterna en el infierno (Rom. 6:23).
Las Escrituras enseñan que los malos serán “destruidos” (Sal. 37:9, 34), que perecerán (Sal. 37:20; 68:2). No vivirán en un estado de conciencia para siempre, sino que serán quemados (Mal. 4:1; Mat. 13:30, 40; 2 Ped. 3:10). Serán destruidos (Sal. 145:20; 2 Tes. 1:9; Heb. 2:14), consumidos (Sal. 104:35).
3. Castigo eterno. Hablando del castigo de los malos, el Nuevo Testamento usa los términos “para siempre” y “eterno”. Estos términos son traducciones de la palabra griega aionios, y se aplican tanto a Dios como a los hombres. Para evitar malentendidos, debemos recordar que aionios es un término relativo; su significado es determinado por el objeto que lo modifica. De modo que, cuando la Escritura usa aionios (“para siempre”, “eterno”) refiriéndose a Dios, quiere decir que él posee existencia infinita, porque Dios es inmortal. Pero, cuando se usa esta palabra para referirse a seres humanos mortales o cosas perecederas, significa mientras la persona viva o exista.
Judas 7, por ejemplo, dice que Sodoma y Gomorra sufrieron “la venganza del fuego eterno”. Sin embargo, esas ciudades ya no están ardiendo hoy. Pedro dijo que el fuego convirtió esas ciudades en cenizas, condenándolas a la destrucción (2 Ped. 2:6). El fuego “eterno” ardió hasta que no había nada más para quemar, y luego se apagó (ver también Jer. 17:27; 2 Crón. 36:19).
De igual forma, cuando Cristo asigna a los malos “el fuego eterno” (Mat. 25:41), ese fuego que destruirá a los malos será “fuego que nunca se apagará” (Mat. 3:12). Se apagará solamente cuando ya no quede nada por quemarse.15
Cuando Cristo habló del “castigo eterno” (Mat. 25:46) no quiso decir castigo sin fin. Quiso decir que, así como la “vida eterna” [que los justos disfrutarán] continuará a través de los siglos sin fin de la eternidad, el castigo [que los malos sufrirán] también será eterno: no de duración perpetua de sufrimiento consciente, sino el castigo que es completo y final. El fin de los que así sufren es la segunda muerte. Esta muerte será eterna, de la cual no habrá ni podrá haber resurrección”.16
Cuando la Biblia habla de “redención eterna” (Heb. 9:12) y de “juicio eterno” (Heb. 6:2), se refiere a los resultados eternos de la redención y del juicio, no a un proceso sin fin de redención y juicio. De la misma manera, cuando habla del castigo eterno o perpetuo, está hablando de los resultados y no del proceso de ese castigo. La muerte que sufrirán los malos será final y eterna.

4. Atormentados por los siglos de los siglos. El uso que hacen las Escrituras de la expresión “por los siglos de los siglos” (Apoc. 14:11; 19:3; 20:10) ha contribuido también a la conclusión de que el proceso de castigo de Satanás y los malos durará toda la eternidad. Sin embargo, así como en “para siempre”, el objeto que lo modifica determina su significado. Cuando está asociado con Dios, su significado es absoluto, porque Dios es inmortal; cuando está asociado con seres mortales, su significado es limitado.q
La descripción que hacen las Escrituras de la forma en que Dios castigaría a Edom presenta un buen ejemplo de este uso. Isaías dice que Dios convertiría ese lugar en brea ardiente que “no se apagará de noche ni de día” y que “perpetuamente subirá su humo; de generación en generación será asolada, nunca jamás pasará nadie por ella” (Isa. 34:9, 10). Edom fue destruida, pero ya no está ardiendo. El “para siempre” duró hasta que la destrucción fue completada.
A través de la Escritura, es claro que “para siempre” tiene sus límites. El Antiguo Testamento dice que un esclavo podía servir a su maestro “para siempre” (Éxo. 21:6), que el niño Samuel debía habitar en el Tabernáculo “para siempre” (1 Sam. 1:22), y que Jonás pensó que permanecería en el vientre del pez “para siempre” (Jonás 2:6). El Nuevo Testamento usa este término en una forma similar: Pablo, por ejemplo, aconsejó a Filemón a recibir a Onésimo “para siempre” (File. 15). En todos estos ejemplos, “para siempre” significa “mientras la persona viva”.
Salmos 92:7 dice que los malos serán destruidos para siempre. Y al profetizar Malaquías la gran conflagración final, dijo: “Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todo los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jeho­vá de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama” (Mal. 4:1).
Cuando los malos –Satanás, los ángeles malos y la gente impenitente– sean destruidos por fuego, tanto la raíz como las ramas, no habrá más uso de la muerte o el Hades (ver el cap. 26 de esta obra). A éstos también los destruirá Dios eternamente (Apoc. 20:14).
De modo que la Biblia hace bien claro que el castigo, no el acto de castigar, es eterno, es la segunda muerte. De este castigo no hay más resurrección; sus efectos son eternos.
William Temple tenía razón al afirmar: “Una cosa podemos decir con confianza: El tormento eterno debe ser descartado. Si los hombres no hubieran tomado la noción griega no bíblica de la indestructibilidad natural del alma del individuo, y luego leído el Nuevo Testamento con ese concepto ya en sus mentes, habrían extraído de él [el Nuevo Testamento] una nueva creencia, no en el tormento eterno, sino en la aniquilación. Es al fuego que se lo llama aeonian [eterno], no a la vida que se lanza a él”.17
Al ejecutarse el castigo exigido por la Ley de Dios, las demandas de la justicia son satisfechas. Ahora el cielo y la tierra proclaman la justicia del Señor.
5. El principio del castigo. La muerte es la pena final del pecado. Como resultado de sus pecados, todos los que rechazan la salvación que Dios ofrece morirán eternamente. Pero algunos han pecado intencionalmente, sintiendo deleite diabólico en el sufrimiento que han causado a otros. Otros han vivido vidas relativamente morales y pacíficas. Su culpa es mayormente el rechazo de la salvación provista en Cristo. ¿Es justo que ellos sufran el mismo castigo?
Cristo dijo: “Aquel siervo que conociendo la voluntad de su Señor, no se preparó ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Luc. 12:47, 48).
No hay duda que los que más se han rebelado contra Dios sufrirán más que los que no lo han hecho. Pero deberíamos comprender su sufrimiento ulterior en términos de la “segunda muerte” que Cristo experimentó en la cruz. Allí él cargó los pecados del mundo. Y fue la horrible separación de su Padre que el pecado trajo lo que le causó la agonía que sufrió, una angustia mental indescriptible. Así sucede con los pecadores perdidos; cosechan lo que siembran no solo durante esta vida, sino en la destrucción final. En la presencia de Dios, la culpa que sienten por causa de los pecados que han cometido les hará vivir una agonía indescriptible. Y mientras mayor sea la culpa, mayor será la agonía. Satanás, el instigador y promotor del pecado, sufrirá más que todos.18

La purificación de la tierra. Pedro quiso describir el día del Señor cuando todos los rastros del pecado fueran eliminados: “Los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Ped. 3:10).
El fuego que destruye a los malos purifica la Tierra de la contaminación del pecado. De las ruinas de esta Tierra Dios creará “un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (Apoc. 21:1). De esta re-creada tierra purificada –el hogar eterno de los redimidos–, Dios desvanecerá para siempre la pena, el dolor y la muerte (Apoc. 21:4). Finalmente, la maldición acarreada por el pecado no existirá más (Apoc. 22:3).
En vista de la venida del día del Señor, en el cual el pecado y los pecadores impenitentes serán destruidos, Pedro nos dice a todos: “¡Cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios”. Basando su esperanza en la promesa del regreso de Cristo, afirmó: “Nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz” (2 Ped. 3:11, 13, 14).
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Referencias
1. Ver Comentario bíblico adventista, t. 7, p. 897.
2. Ver Questions on Doctrine, p. 495.
3. “Cuando la bestia y el falso profeta sean lanzados vivos en el lago de fuego (Apoc. 19:20), ‘los demás’ (Apoc. 19:21), o ‘el resto’, de sus seguidores serán muertos por la espada de Cristo. Estos son los reyes, los capitanes, los fuertes, y todo los hombres ‘libres y esclavos’ (Apoc. 19:18). Los mismos grupos son mencionadas bajo el sexto sello, y procurarán esconderse del rostro del Cordero (Apoc. 6:14-17) cuando los cielos se plieguen como un rollo y cada montaña e isla sea movida. Es evidente que estos escritos describen el mismo sacudimiento de la tierra: la segunda venida de Cristo.
¿Cuántos están involucrados en la muerte de ‘los demás’ (Apoc. 19:21)? Según Apocalipsis 13:8, habrá solamente dos clases en el mundo al tiempo del advenimiento: ‘todos lo que moran en la tierra le adorarán [a la bestia], cuyos nombres no fueron escritos en el libro de la vida’. Por lo tanto, es evidente que cuando ‘los demás’ sean ‘muertos con la espada’ (Apoc. 19:21), no quedarán sobrevivientes excepto aquellos que han ignorado a la bestia, precisamente, los que están escritos en el libro de la vida (Apoc. 13:8) (Comentario bíblico adventista, t. 7, pp. 897, 898).
4. Comparar con Questions on Doctrine, p. 500. El chivo expiatorio no es el salvador de los justos.
5. La Septuaginta usa esta expresión para traducir la palabra hebrea tehom, “profundo”, en Génesis 1:22. Esto indica que la condición de la tierra durante el milenio refleja por lo menos en parte la condición de la tierra en el principio, cuando estaba “sin forma, y vacía; y la oscuridad estaba en la faz del abismo”. Ver el Comentario bíblico adventista, t. 7, pp. 891, 892.
6. El hecho de que ellos reinan, o tienen dominio, no significa necesariamente que debe haber malvados en la tierra. En el principio, Dios dio a Adán y a Eva un dominio para gobernar (Gén. 1:26). Antes de que pecaran, ellos reinaban sobre la parte de la creación que Dios les había asignado. Para reinar, lo que menos se necesita son súbditos rebeldes.
7. Comentario bíblico adventista, t. 7, p. 893.
8. Maxwell, Dios revela el futuro (Boise, Idaho: Pacific Press, 1989), t. 2, p. 500.
9. La descripción que hace el Apocalipsis del descenso de la Nueva Jerusalén, no indica necesariamente el tiempo exacto del descenso porque, en el capítulo anterior, vemos esa “ciudad amada” rodeada de ejércitos del diablo. Este escenario nos lleva a la conclusión de que la Nueva Jerusalén debe de haber descendido antes de la renovación de la Tierra.
10. Los nombres Gog y Magog estaban asociados con los enemigos de Israel, que habrían de atacar al pueblo de Dios y a Jerusalén después del exilio (ver Eze. 38:2, 14-16). Diversas profecías del Antiguo Testamento relacionadas con Israel no se cumplieron. Ellas se cumplirán plenamente en el Israel espiritual. De modo que la confederación del poderoso enemigo de la cual Ezequiel habló que vendría contra Jerusalén se cumplirá cuando Dios permita que Satanás, con sus ejércitos de los perdidos, venga contra su pueblo y su amada ciudad para la batalla final de la gran controversia.
11. Questions on Doctrine, p. 505.
12. Comparar con Comentario bíblico adventista, t. 4, p. 737.
13. “Hell” [Infierno], SDA Encyclopedia, ed. rev., p. 579.
14. Ver “Infierno”, Diccionario bíblico adventista, pp. 576-578.
15. Comparar con la profecía de Jeremías acerca de la destrucción de Jerusalén con fuego inapagable (Jer. 17:27), que se cumplió cuando Nabucodonosor tomó la ciudad (2 Crón. 36:19). El fuego ardió hasta que la ciudad estuvo destruida, y luego se apagó.
16. Questions on Doctrine, p. 539.
17. William Temple, Christian Faith and Life [La vida y la fe cristianas] (Nueva York: McMillan, 1931, p. 81).
18. Comparar “Infierno”, Diccionario bíblico adventista, pp. 576-578.



			

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